La soledad de las personas mayores: cuestión de cantidad y calidad.
Bizkaia lleva décadas envejeciendo y la pirámide de población está sufriendo una transformación no conocida hasta ahora. El hecho de que, según el Eustat, en 2025 la esperanza de vida será tres años superior a la de 2015 y que más del 27% de la población vizcaína tendrá entonces más de 65 años, nos plantea nuevos retos y oportunidades.
En una sociedad en la que las estructuras familiares son cada vez más pequeñas e inestables, y en la que envejecer resulta, en general, poco atractivo, seguramente por los estereotipos negativos que asociamos con el paso de los años (lo que se ha dado en llamar “edadismo” o “viejismo”), crece la preocupación por la soledad.
En los últimos años se han publicado interesantes estudios que demuestran que la soledad pone en riesgo la salud física y mental y que, incluso, se relaciona con mayores tasas de mortalidad. El paso dado por el gobierno de Gran Bretaña de crear una secretaría de estado contra este problema ha aumentado significativamente el interés mediático por el mismo. Sin embargo, debemos reconocer que en Bizkaia la preocupación por la soledad, y en especial por la que pueden sufrir algunas personas mayores, es anterior, como lo atestigua que al menos tres organizaciones de voluntariado -Cáritas, Cruz Roja y Nagusilan- lleven desarrollando proyectos para paliarla desde hace más de 25 años.
Cuando hablamos de la soledad pensamos en tener ninguna o pocas relaciones. Muchas veces, se toma el número de personas mayores que viven solas como indicador de la incidencia de la soledad. Sin embargo, vivir solo no es necesariamente un problema; y existe otra soledad, no visible -por ser subjetiva- y más común y dolorosa, que es el sentimiento de soledad. Este sentimiento no ocurre únicamente cuando faltan relaciones, sino también estando en compañía, pues depende no tanto del número como, sobre todo, de la calidad y variedad de las relaciones que mantenemos, y de lo significativos que nos sintamos en ellas. Así se explica que una persona pueda sentirse sola en una ciudad, viviendo con una interna o siendo atendida en una residencia.
Aunque el sentimiento de soledad puede darse a cualquier edad, a medida que vamos cumpliendo años es más probable que se den cambios tanto en nuestras redes sociales como en nuestras posibilidades para afrontarlos. Por ello, es necesario que pensemos en el impacto de la soledad en nuestra sociedad, pero prestando mayor atención a las personas más vulnerables, entre las que se encuentran las mayores y, especialmente, aquellas que sufren mayor discapacidad y pérdida de autonomía.
Nuestras formas de vida están cambiando mucho y rápidamente. El individualismo, la desconfianza, el debilitamiento del sentido de pertenencia a un barrio y de las relaciones vecinales, la pérdida del comercio local, la virtualización de las relaciones (que a veces aminora las “cara a cara”)… son factores que están influyendo en nuestra forma de relacionarnos y que, en general, hacen más difícil el mantenimiento de vínculos significativos y protectores, aumentando el riesgo de sentirnos solos. En el caso de las personas envejecidas, a ellos se suman la pérdida de valoración social y el distanciamiento entre generaciones.
Más allá de lo que ya hacen y pueden hacer los Servicios Sociales y las instituciones para promover la participación de las personas mayores y para evitar su aislamiento, hay responsabilidades en las que la ciudadanía es insustituible, y en la que todos debemos comprometernos. Primero, no debemos olvidar que la soledad es algo más que vivir sin compañía, y que personas aparentemente acompañadas pueden sentir una tremenda soledad por sentirse excluidas, por no sentirse significativamente vinculadas o por carecer de determinados tipos de relación. También debemos valorar las aportaciones de las personas de otras edades y evitar la discriminación por edad. Y, sobre todo, debemos dedicar esfuerzo al fortalecimiento y cuidado de las relaciones comunitarias y de proximidad. Las relaciones gratuitas y libres –no mediadas por otros intereses u obligaciones- aportan un matiz de calidad único que nos protege. Las organizaciones de voluntariado proveen de tipo de relaciones y ayudan a recuperar algo que antes era natural.
Para no sentir soledad no es suficiente con estar con otras personas, sino que es necesario sentir que se es alguien para las demás, que importamos… Nuestro desarrollo social solo lo será verdaderamente si cuida y promueve vínculos significativos, que eviten la sensación de soledad y que incluyan también a las personas más vulnerables.